top of page

Cantabria querida te voy a cantar...

  • Foto del escritor: Amaia
    Amaia
  • 27 jul 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 3 nov 2020



Hace unas semanas pudimos llevar a cabo un plan que hemos estado postponiendo más tiempo de lo deseado a causa de la pandemia por el COVID19. En mi cumpleaños recibí un post-it como regalo por parte de Álvaro que bastaba con canjearlo en nuestras mentes para organizar un viaje en caravana. Coordinamos nuestras vacaciones y decidimos a dónde queríamos ir. Con muchísima ilusión, nos pareció buena idea conocer rincones que aún ninguno de los dos había descubierto del norte de España.


Cinco días iban a ser suficientes para recorrer una parte de la costa peninsular, centrándonos sobre todo en las playitas que recibían olas del mar Cantábrico. El primer día, nos dirigimos rumbo al Parque natural de las Marismas de Santoña. Aparcamos cerca de la playa de Santoña, al lado de una casa con aire de los años 60 de Estados Unidos, con un jardín muy cuidado y grandes geranios que adornaban el exterior. Tras zambullirnos en las frías aguas Atlánticas por primera vez este año, disfrutamos un rato en la playa y nos montamos de nuevo en nuestra casa andante para hacer noche en Noja. De camino paramos en una tienda para comprar anchoas, ya que esta ciudad es la meca del pescado enlatado, sobre todo de esta pieza procesada en salazón en aceite de oliva. Llegamos a Noja para ver el atardecer desde la Playa de Trengandin, con un cielo azul que parecía que se iba a caer encima a medida que el sol también lo hacía.



Al día siguiente nos dirigimos hacia Isla, un pueblo cuyas playas hacen de él un foco de atracción turístico. Sin embargo, condujimos hasta la zona de La Sorrozuela, donde la desembocadura del Río Ajo crea, junto a las playas de arena blanca, una zona espectacular. Para comer, aparcamos en Santillana del Mar, que se le conoce como la villa de las tres mentiras, porque según el dicho popular «ni es santa, ni llana, ni tiene mar» (aunque su municipio sí tiene mar). Este pueblo con un sinfín de historias, tiene tal atractivo que desde 2013 forma parte de la red de Los pueblos más bonitos de España. Tras comprar un paquete de sobaos Joselin en una de sus calles empedradas, fuimos a pasar la tarde a la Playa de los Locos, en Suances, para disfrutar de otro atardecer increíble.



El miércoles nos despertamos en medio de un campo húmedo donde el mar y el cielo tenían colores grises de diferentes tonalidades. Por la mañana visitamos Comillas, conocida por su prestigiosa universidad cuya sede se encuentra ahora en Madrid. Para comer aparcamos en una playita surfera en el Parque Natural Dunas de Liencres ya que para entonces el día parecía que empezaba a abrir. Tras disfrutar de unas horas en la playa bajo el resol, visitamos San Vicente de la Barquera. El municipio recibió el título de villa en el siglo XIII, en parte debido a su riqueza patrimonial. Este pueblo marinero se caracteriza además por las extensas marismas que lo rodean. Tras visitar la Iglesia de Santa María de los Ángeles, la Puebla vieja y pararnos en cada uno de los más bonitos rincones que encontramos a nuestro paso, nos montamos de nuevo en la caravana para hacer noche en una de las campas cerca de la Playa de Gerra. Durante el paseo matutino por la orilla, dedujimos que las olas de esta playa eran un importante atractivo para los surfistas de todo el mundo. Nos cruzamos con decenas de personas con rasgos étnicos que lo único que les asemejaba era la tabla que llevaban bajo el brazo.


Sin duda, las vistas que más me gustaron fueron las de Pechón, un edén escondido, que visitamos el jueves por la mañana. Esta zona se encuentra cerca de la Playa de la Franca y Playa de Amio (nombre que recibe oficialmente la llamada Playa de Pechón) y es sin duda una parada obligatoria.



Lo último que visitamos ese día fue el Monumento Natural de las Secuoyas del Monte Cabezón que reúne varias rutas para andar. Con una mirada que va desde la tierra que oculta las enormes raíces, hasta las ramas más altas de los árboles, uno puede sentir el respeto que emanan las secuoyas centenarias. Cuando empezó a anochecer, llegamos a Santander para pasar la noche. Tomamos algo en la terraza de un bar lleno de gente que parecía entusiasmada contando sus hazañas, lo cual nos ayudó a nutrir e hidratar con más alegría nuestros cuerpos cansados. Esa noche recuerdo dormirme tiernamente, agradecida por el viaje y los paisajes que vimos.


El viernes nos acercamos al paraje cerca de los Ojos del Diablo. Lo vimos desde la Playa de Sonabia, una vez más, un sitio precioso para relajarse, al que solo se puede llegar atravesando un camino lleno de árboles y plantas salvajes.



Este viaje nos ha enseñado lo mucho que nos queda por descubrir en España, tanto en el norte como en el sur, de este a oeste. Y también que esta pandemia ha sido un lastre para miles de personas que viven del turismo y la hostelería, y pensar que nuestras minivacaciones han podido aportar algo a este sector, nos hace muy felíz.

 
 
 

Comentarios


bottom of page