Ha llovido mucho (y ha pasado Filomena) desde la última publicación, y aún así siento que ese día fue ayer. Parece que con la llegada del COVID-19, el tiempo ha transcurrido ajeno a nuestras vidas en lo que a recuerdos se refiere, aunque la sacudida física y mental que ha supuesto es inmensurable.
Han sido muchas las personas que han perdido a un conyugue (doy crédito al Gobierno que desempolvó esta palabra del diccionario), que han sufrido económicamente, que han visto que su proyecto de vida se desmoronaba, que han sido presas del dolor y de la tristeza. Y muchos los que ya no nos acompañan.
Tras más de un año gesticulando en vano detrás de la mascarilla, junio ha sido el mes en el que hemos podido atisbar el principio del fin (por suerte no del mundo). Cada vez con restricciones más laxas, los amigos han dejado de ser compañeros virtuales y hemos podido ir viendo poco a poco a los conocidos que desde hacía casi un año ignorábamos su presencia.
Mis amigos celebramos, entre otras cosas, el comienzo del verano con muchísima ilusión. La música, la comida y la compañía hicieron de la cena un momento único con el que quedó oficialmente inaugurado el disfrute. Agradecida de compartir aquella noche con los míos, he sentido que el COVID-19 ha sido una prueba cruel para volver a la vida.
Que bonito! Y me encantan las fotos 🥰