La otra cara de la moneda: el dilema de las redes sociales
- Amaia
- 7 nov 2020
- 4 Min. de lectura

Este pensamiento ya llevaba rondando en mi cabeza desde hace un par de años. Sabía que si dejaba de utilizar las redes sociales (rrss), una parte de mí iba a sentirse liberada. ¿Pero por qué, si precisamente las rrss se hicieron para que pudiéramos navegar libremente e interactuáramos con las personas que queremos? Esta es la mentira en la que se sustentan para que las sigamos utilizando inconscientemente. La idea para la que se crearon fue muy inteligente, pero el propósito para el que se están empleando actualmente, lo es más.
Así lo explica “The Social Dilemma”, un documental de Netflix que reúne a personas que fueron pilares muy importantes en la creación de plataformas como Google, Instagram, Facebook o Snapchat. Todos ellos coinciden en que detrás de esta era tecnológica, hay un sinfín de conexiones dedicadas a rastrear a los usuarios que tienen la posibilidad de conectarse a internet. Advierten del trasiego de datos que las plataformas manejan para controlar las búsquedas realizadas por cada individuo. De esta manera, cuando la tendencia de las entradas que nos interesan sigue una dirección concreta, puede ser fácil predecir cuál va a ser la siguiente actividad que vayamos a realizar. O viéndolo de otra manera y coincidiendo con la estrategia de estas empresas, los datos proporcionan información suficiente para emular virtualmente al usuario en cuestión y prever sus futuros intereses. Por tanto, las huellas que dejamos en internet tienen un valor potencialmente muy alto para el marketing de las empresas, predecir las ventas e influenciar a las personas en la toma de decisiones.
Tal es la brutal cantidad de datos de los que se están apoderando, que el hecho de imaginarlo resulta estremecedor. Aunque deduzco que servirían para realizar estimaciones de subgrupos y así asociar a la gente en base a perfiles parecidos, no me sorprendería que con el tiempo la tendencia fuera a caracterizar con mayor detalle a cada persona.
Por esta razón y el poco uso que le daba, a principios de este año, eliminé mi cuenta de Facebook para siempre. No lo echo de menos. Siguiendo el mismo hilo y por la capacidad adictiva que se ha demostrado que tiene Instagram, el mes pasado me propuse no utilizarla durante 30 días. El comienzo me resultó más costoso de lo que me hubiese gustado. Echaba de menos hasta las más grandes tonterías que puede ofrecer, como los filtros de la cámara. Ni que hablar de todos los textos inteligentes e imágenes originales que somos capaces de ofrecer las personas. También eché de menos leer y escuchar los testimonios y protestas por las que la gente menos favorecida sale a la calle. Todos esos estímulos que hace dos meses percibía, eran una herramienta brillante para pulir rápidamente mi forma de ser. Durante el último mes, he utilizado otros medios como las noticias y periódicos para conocer qué es lo que estaba pasando en el mundo y quizá esta sea una herramienta más natural y menos apresurada para avanzar en la vida.
Además, he conseguido uno de los retos que antes de iniciar mi “saneamiento” sin Instagram me había propuesto: no tener tanta curiosidad de navegar en una rrss en el que el 70% del contenido es morralla. Antes de este retiro, cada vez que desbloqueaba el móvil, pulsaba en el icono de Instagram inconscientemente. Y estoy segura de que a la mayoría le pasa lo mismo: “no estás viciada a Instagram, pero entras 10 veces al día por si acaso”. ¿Por si acaso qué?
Durante este mes me he dado cuenta de que probablemente la velocidad a la que mi personalidad cambie debido a la carencia de estímulos que presencio sin Instagram sea más lenta. ¿Pero por qué eso es algo malo? Un debate con los amigos puede ser un momento muy especial y mucho más enriquecedor que la apropiación de una opinión que recién acabamos de leer en una rrss para después dejarlo en stand-by en el cerebro y lo consideremos irrefutable ante la opinión de otras personas.
Creo que no estar a la última tendencia en cuanto a pensamiento puede hacer que vivas el presente con más intensidad, que valores durante más tiempo tu razonamiento, que te des más tiempo para cambiar, y así dejar que diferentes opiniones puedan moldear la tuya si así quieres que sea. Lo encuentro bonito, espontáneo y atractivo.
Sin duda mi relación con las redes sociales, en especial con Instagram, ha cambiado (a mi ver) positivamente y me siento muy reconfortada por haber dado el paso. Creo que es algo bonito que la adrenalina que nuestros cuerpos producen cuando subimos una foto a las rrss cambie, y en su lugar pasemos a excretarla cuando suscitemos interés en personas desconocidas o debido a una conversación interesante. Teniendo en cuenta que en este texto no se concentra la verdad absoluta y con la intención de haber contribuido en la perspectiva de al menos una persona, me despido agradecida. Que tengáis un buen fin de semana.
Comentarios